Violación en grupo, masculinidades y cambio cultural
El lunes amanecimos con una historia que se repite. Una historia que ya pasó, que hoy se viste de otro nombre, pero que va tomando diferentes formas aunque tiene la misma raíz: la cultura patriarcal. Comenzaron a circular en las redes sociales los debates al respecto: ¿Cómo son los varones que ejercen violencia sexual? ¿Qué hacía la joven en ese auto? ¿Qué pasa con el consumo de drogas en las situaciones de violencia sexual? Y luego, cuando la noticia se difundió se sumaron otras: ¿Cómo comunican los medios? ¿Hay periodistas con perspectiva de género?
No es violación en manada
El término más recurrente en los medios –“violación en manada”–, utilizado desde hace tiempo para hacer referencia a violaciones grupales, es incorrecto. La crítica principal a esta denominación radica en destacar que no son animales ni bestias: son varones que ejercieron violencia, que actuaron en grupo y en el marco de una cultura que todavía sostiene una asimetría de poder entre los géneros y el mandato de la masculinidad.
En este sentido, como define la antropóloga Rita Segato “actúan en relaciones de aprobación y desaprobación con respecto a sus pares varones (… ) una especie de cofradía o hermandad de machos, motiva y exige acciones punitivas contra la mujer. Se trata de una forma de afianzamiento y reafirmación de la potencia viril que incluye códigos y, por supuesto, pactos de silencio y complicidad.”
Mantener la concepción de “manada” contribuye a legitimar que actúan por instinto, que no se pueden contener y por lo tanto, les quita responsabilidad y capacidad de racionalizar sus conductas.
Si no hay consentimiento, es violación
Desde algunos medios de comunicación se remarcó el consumo de drogas en esta situación. Y así como para los varones se la utiliza como un atenuante, en la víctima aparece como un señalamiento, porque entonces “no se cuidó lo suficiente”.
Lo cierto es que, no todos los varones que se drogan violan y que si una persona está adormecida, descompuesta o inconsciente no puede dar su consentimiento. En esos casos siempre se trata de una violación. Gran parte de la sociedad manifestó este punto ante los mensajes transmitidos por los medios de comunicación.
La violación es imposición de poder
Como describe Rita Sagato, la violencia no es una enfermedad sino un comportamiento aprendido del ejercicio y del abuso de poder. No está fundamentada en un deseo sexual, no responde a una líbido descontrolada y necesitada: “es un acto de poder, de dominación, es un acto político. Un acto que se apropia, controla y reduce a la mujer a través de un apoderamiento de su intimidad”.
Es un pacto entre varones
El caso nos vuelve a demostrar que la violencia ejercida sobre las mujeres no tiene día, horario, lugar, ni clase social, y que la sensación de impunidad es un denominador común ante estos delitos. Los varones que violan se encuentran socializados: estas son las consecuencias de los mandatos de la masculinidad hegemónica. Están a nuestro alrededor diariamente, son mandatos que la sociedad en su conjunto, sea a nivel personal, grupal u organizacional, sigue sosteniendo y replicando. Si no lo hablaste en tu casa, si no lo discutiste en el trabajo, si no alzás la voz antes cualquier situación de violencia, por pequeña que sea, también sos parte del problema.
Si bien las consecuencias de esta cultura patriarcal la sufren principalmente las mujeres, el problema es social. Es urgente que los varones revisen sus prácticas, conversen entre ellos y se involucren. La violencia sexual y el femicidio son las expresiones más graves de otras violencias más invisibilizadas con las que conviven las mujeres y que son naturalizadas o resguardadas por el pacto entre varones: los chistes, el acoso callejero, etc. Ante todo esto, es imperativa la ruptura del pacto de silencio y complicidad.
¿Qué podemos hacer entonces?
Transformación cultural
Detrás de un femicidio, un abuso, una violación, existen un sinnúmero de construcciones históricas que se validan y no se corrigen: realizar comentarios sobre los cuerpos, compartir contenidos íntimos y privados, tocar un cuerpo sin consentimiento, etc. Celebrar, validar y/o no cuestionar estas acciones las legitima, las permite.
Estas construcciones que parecen por momentos “inofensivas” sientan bases sobre las que se ensambla el aparato patriarcal. Es importante comenzar a revisarnos en estas acciones y reconocer la desigualdad estructural sobre la que se construyeron las relaciones entre varones y mujeres. La transformación cultural es colectiva y es responsabilidad de todos/as/es.
La ESI como clave
Todavía parte de la sociedad desconoce, no acuerda o desconfía del enfoque de género y no contempla la importancia de la implementación efectiva de normativas como la Ley de Educación Sexual Integral y la Ley Micaela, vigentes en nuestro país.
La ESI, es esencial porque nos permite abordar desde las infancias contenidos que van mucho más allá de una noción biologicista: la ruptura de estereotipos, el valor del propio cuerpo y el respeto por el ajeno, la construcción de nuevas masculinidades y otras temáticas que contribuyen a reducir la brecha entre géneros.
Comunicación con perspectiva de género
A esta altura resulta evidente que los medios masivos de comunicación y los/as periodistas transmiten mensajes que pueden sostener y legitimar la desigualdad y la violencia hacia las mujeres, o por el contrario, invitar a la reflexión, cuestionar estereotipos y conductas que afectan el derecho de las mujeres a vivir vidas libres de violencia. Invitamos a las empresas de medios y a los/as profesionales de la comunicación a formarse en la temática y a contribuir a una transformación cultural tan necesaria como urgente, ya que mientras esperamos, las mujeres seguimos contando víctimas.