Por Sofía Veliz, del área Diagnósticos e Implementación de Grow- género y trabajo.
En una clase de la pionera antropóloga Margaret Mead (a quién te recomendamos googlear) alguien le preguntó cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en la historia de la humanidad. Esperaban que mencionara herramientas, cerámica, el uso del fuego, puntas de lanza o restos de estructuras antiguas. Pero Mead respondió algo completamente distinto:
“El primer signo de civilización del que tenemos registro en una cultura antigua es un fémur humano roto y luego curado”.
Y explicó que en el mundo animal, si un animal se quiebra una pata, muere. No puede huir del peligro, buscar comida ni llegar al agua y es habitual que sea dejado atrás por su manada. Ningún animal sobrevive el tiempo suficiente para que un hueso así sane. En cambio, el hallazgo demuestra que en ese caso otro ser humano se quedó con la persona herida para protegerla, alimentarla y lograr que sobreviviera. Es decir, alguien de su grupo permaneció ahí para cuidarla. El primer signo de civilización fue un acto de cuidado. Cuidar y recibir cuidados nos constituye como humanidad1.
El 29 de octubre se conmemora el Día Internacional de los Cuidados y el Apoyo, una fecha muy reciente proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en julio de 2023. Una iniciativa, impulsada por México y apoyada por ONU Mujeres, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Alianza Global por los Cuidados (de la que Grow – género y trabajo, felizmente, forma parte). El propósito de crear un día como este es visibilizar y valorar el trabajo de cuidados, remunerado y no remunerado, como un pilar esencial para la sostenibilidad de la vida y la igualdad de género (ONU, 2023). Los cuidados y el apoyo son “centrales para el bienestar de las personas y el desarrollo económico y social de los países”, sin embargo siguen siendo actividades más invisibilizadas, desigualmente distribuidas y desprotegidas del mundo del trabajo.
Por eso, cada 29 de octubre buscamos recordar que cuidar no es solo una cuestión privada o familiar, sino una responsabilidad colectiva que nos hace ser quienes somos: una comunidad.
Pero, de qué hablamos cuando hablamos de cuidados.
Cuando hablamos de cuidado nos referimos a todas aquellas actividades esenciales que permiten satisfacer las necesidades básicas de las personas y garantizar su reproducción cotidiana, tanto en el plano material como en el simbólico. Es decir, cuidar implica todo lo que hace posible que las personas vivan y participen en la sociedad (Rodríguez Enríquez y Marzoneto, 2016). Por lo tanto, una dimensión central del bienestar social y del sostenimiento de la vida.
Pensando en un día cualquiera, desde que amanecemos: preparar un desayuno para las infancias del hogar, apoyar a alguien que vive con nosotras y tiene alguna discapacidad a que pueda vestirse, trasladar a los niños y niñas a la escuela, limpiar la casa, cocinar, asistir en las tareas educativas, cuidar de alguien que se enfermó, bañar a nuestro bebé y hacerlo dormir, acompañar a nuestra abuela al médico, y un larguísimo etcétera. Todas las personas cuidamos en algún momento de nuestra vida o fuimos/seremos cuidadas.
Como podrán ver todas esas tareas que consumen tiempo son consideradas trabajo. Ese trabajo de cuidados puede ser remunerado (como cuando contratamos una trabajadora de casas particulares, o una enfermera) o bien no remunerado (el conocido trabajo de las amas de casa).
La economía feminista ha planteado en las últimas décadas estas ideas para reflexionar sobre el trabajo, la productividad y la generación de riqueza en una comunidad. Cambiar la perspectiva con la que miramos estas tareas diarias nos da claves para imaginar sociedades más justas, y trabajos dignos.
¿Cómo? para eso es clave volver a la idea inicial. Somos personas porque recibimos cuidados y también damos cuidados. El cuidado responde a una “organización social” (Rodríguez Enríquez, 2015), esta es una idea fundamental que propone entender la distribución del tiempo en una sociedad entre: los hogares, el Estado, la comunidad y el sector privado. Cada uno cumple un rol distinto y, según el peso que asuma cada actor, se configura una distribución más o menos equitativa de las responsabilidades.
Y, ¿por qué nos importa hablar de la distribución del trabajo del cuidado?. Históricamente estos trabajos han sido y son asumidos por las mujeres y sin ninguna remuneración. En Argentina, la última encuesta nacional de uso del tiempo (ENUT, 2021) muestra que las mujeres realizan trabajo no remunerado en promedio 6 h 31 minutos diarios, mientras que los varones lo hacen 3 h 40 minutos diarios. Esto afecta notablemente la capacidad y posibilidades de las mujeres de insertarse laboralmente, desarrollarse profesionalmente, generar riqueza, sostener sus hogares, autocuidarse, entre otras cosas. Uno de los efectos más notorios y medibles es la brecha salarial. Si las mujeres no tienen tiempo para dedicar al trabajo remunerado, o sólo pueden tomar trabajos flexibilizados e informales eso redunda en un menor ingreso. En Argentina, por ejemplo, la última medición indica que la brecha salarial es de 26.2% (INDEC,2025).
En América Latina la tasa de participación laboral femenina fue del 51,6% en 2023, frente al 76,9% de los hombres (CEPAL, 2024). Esta diferencia refleja barreras estructurales que limitan el acceso de las mujeres al mercado laboral remunerado. En América Latina, las mujeres dedican entre 6,3 y 29,5 horas semanales más que los hombres a realizar trabajos de cuidado no remunerados. Esto representa un total de 8.417 millones de horas semanales dedicadas al trabajo de cuidado no remunerado por parte de las mujeres en la región (OIT, 2024).
La desigual distribución de género del trabajo de cuidados no remunerado está en la base de la feminización de la pobreza. Por cada 100 hombres en situación de pobreza hay 118 mujeres y 120 mujeres en situación de pobreza extrema, en nuestra región . La feminización de la pobreza es aún mayor entre las poblaciones indígenas y afrodescendientes, así como entre los residentes rurales. Además en América Latina y el Caribe, una de cada cuatro mujeres (25,3%) carece de ingresos propios, lo que representa casi tres veces más que en el caso de los hombres (9,7%)(CEPAL, 2025).
Los cuidados y la economía: datos que no se pueden ignorar
Como vimos, el trabajo de cuidado sostiene todo lo demás (esto quedó completamente al descubierto durante la pandemia, cuando pudimos entender qué tan esenciales eran estos trabajos). Sin embargo, sigue siendo una de las actividades más invisibilizadas y desiguales del planeta.
Algunos datos que tenemos que tener en cuenta:
- Según la CEPAL, este trabajo equivale a entre el 15% y el 25% del PIB de los países de la región, aunque no se contabiliza en las cuentas nacionales (CEPAL, 2022).
- La OIT estima que en el mundo 606 millones de mujeres están fuera del mercado laboral debido a las tareas de cuidado, frente a 41 millones de hombres en la misma situación (OIT, 2018).
- En América Latina, más del 70% de las personas que trabajan en el sector del cuidado remunerado (trabajadoras domésticas, auxiliares, docentes, enfermeras) son mujeres, muchas de ellas en condiciones de informalidad o precariedad laboral (CEPAL, 2022).
El sector privado: actor clave para una transformación real
Como vimos al inicio, dentro de la Organización Social del Cuidado, el sector privado, las empresas, los establecimientos de trabajo cumplen un rol. El cuidado no es solo una cuestión del Estado o de las familias. Las empresas y organizaciones empleadoras tienen un papel central en esta transformación. Según la OIT, las políticas empresariales sensibles al cuidado mejoran la productividad, reducen el ausentismo y fortalecen la igualdad de género en el empleo (OIT, 2022).
Qué hacen y qué pueden hacer las organizaciones para colaborar con una mejor distribución del cuidado, y por tanto con una sociedad más justa e igualitaria:
- Diseñar políticas de tiempo y licencias corresponsables. Extender licencias parentales iguales e intransferibles para hombres y mujeres; incluir licencias por cuidado de personas mayores, dependientes o enfermas; y promover esquemas flexibles que no penalicen el desarrollo profesional.
- Incluir una perspectiva de diversidad e inclusión LGBTIQ+ al diseño de las licencias y permisos considerando las diversas formas de organización familiar.
- Implementar medidas de conciliación, soft landing, flexibilidad. Horarios compatibles, trabajo híbrido con derecho a desconexión y espacios que permitan equilibrar las responsabilidades de cuidado con la vida laboral.
- Crear infraestructura de apoyo. Espacios Amigos de la Lactancia (EAL), convenios con servicios de cuidado infantil o apoyo a personas mayores, según la escala de cada organización.
- Transformar la cultura organizacional. Sensibilizar liderazgos, promover masculinidades corresponsables con las tareas de cuidado y revisar los sesgos que asocian compromiso laboral con disponibilidad total.Visibilizar las distintas formas que pueden tener los hogares, las familias, y las estrategias para cuidar.
- Formalizar y profesionalizar el empleo de cuidado. Reconocer la labor de quienes cuidan, en hogares, instituciones o servicios, y garantizarles derechos laborales plenos, salario justo y seguridad social.
Las empresas que adoptan estas prácticas no solo cumplen con estándares de derechos humanos, sino que se ha comprobado que mejoran su sostenibilidad, retienen talento y fortalecen su reputación. En definitiva, invertir en cuidado es invertir en el bienestar y en el futuro del trabajo.
Hacia una sociedad del cuidado: hacer público aquello doméstico
Hablar de una “sociedad del cuidado”, como propone la CEPAL, no es solo un cambio de políticas, sino un cambio de paradigma. Significa colocar en el centro de la economía y de las decisiones públicas la sostenibilidad de la vida: reconocer que sin cuidado no hay desarrollo, y que sin igualdad en el cuidado no hay justicia social.
Para cerrar…
El 29 de octubre no es solo una fecha simbólica: es una oportunidad para reflexionar sobre cómo organizamos nuestras vidas, nuestras economías y nuestras políticas. Los compromisos asumidos en el marco de las Conferencias de la Mujer de la CEPAL desde 2007 y la reciente sentencia de la Corte Interamericana abren la puerta a transformar ese reconocimiento en acciones concretas: leyes, servicios, presupuestos, prácticas laborales y cambios culturales. En este proceso, las empresas y organizaciones privadas tienen una oportunidad enorme para generar impacto. Forman parte de sus comunidades y pueden impulsar transformaciones reales, promoviendo ambientes de trabajo que respeten, reconozcan y redistribuyan el cuidado, y generando un impacto positivo que se extiende más allá de sus muros.
Desde Grow- género y trabajo hemos acompañado a muchas organizaciones a dar pasos concretos en esta dirección. Cada iniciativa, ya sea ampliando licencias, flexibilizando horarios, fomentando la corresponsabilidad o apoyando servicios de cuidado, contribuye a visibilizar el trabajo de cuidado y a construir culturas organizacionales más justas. Sabemos que muchas organizaciones tienen mucho por aportar y mostrar a la comunidad, y que su participación activa es clave para avanzar hacia una sociedad más equitativa y sostenible.
Cuidar y ser cuidados no debe ser un obstáculo, sino una condición necesaria para construir vidas más dignas y comunidades más justas.
1 Esta anécdota es mencionada por Ira Byock en su libro The Best Care Possible (2012), donde menciona que Mead lo habría dicho en sus clases o entrevistas (Byock, 2012). Aunque no se conserva registro escrito directo de Mead diciendo esto, el relato se difundió ampliamente en textos sobre ética del cuidado, medicina paliativa y antropología del cuidado.



