Por Mariano Gonzalez King
El Mes del Orgullo siempre es una gran excusa para compartir, porque la verdadera inclusión sólo puede ser llevada adelante con trabajo y agenda sostenida todo el año. Desde Grow-género y trabajo, generamos dispositivos para promover una inclusión de la diversidad en el mundo del trabajo formal. Como sabemos que no existe igualdad real sin igualdad laboral, nos ocupa y preocupa generar espacios libres de discriminación y promovemos activamente la inclusión laboral de personas travestis, trans, y no binaries. Estas acciones y la creación del programa para repensar(nos) en la diversidad “¿Quién puso este armario en mi oficina?” responden a un análisis social e histórico que explica los porqué de la exclusión, más allá de la suma de casos particulares.
Cómo surge: el desafío de transformar el mundo
El 28 de junio de 1969 en el Bar Stonewall Inn de Estados Unidos se escribiría una pieza fundamental de los avances en derechos humanos del siglo XXI. El bar estaba lleno de identidades y deseos clandestinos, criminales: las personas LGBTI+ no tenían espacio para existir. Pero ese 28 de junio, la policía quiso avanzar y se encontró con personas dispuestas a resistir, ese día y los sucesivos, para salir de las sombras. Stonewall marca un quiebre en la visibilidad de la lucha por la dignidad y los derechos humanos de las personas LGBTI+, aún cuando no es el principio ni el final de una larga lucha.
La irrupción de semejante evento hizo eco en todo el mundo, conectando con distintas organizaciones y entramados previos. El Orgullo, como consigna y como movimiento, se fue consolidando como un aspecto clave de finales de siglo. Esta consigna busca responder con contundencia a la vergüenza que siembra sobre cualquier desviado o desviada la construcción social de “la normalidad” ligada a ser heterosexual, a ser cis, a estar dentro del binario varón-mujer. En Argentina, el primer gay en salir en portada de una revista de distribución masiva, el activista LGBTI Carlos Jaúregui, decía: “En una sociedad que te educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”.
¿Cuál es la situación hoy?
Medio siglo después de Stonewall, formalmente hemos ganado una gran cantidad de derechos para la construcción de una ciudadanía más digna. Esto sin embargo no significa que la violencia, discriminación y exclusión por motivos de identidad de género u orientación sexual hayan finalizado. Más allá de las normas, la transformación social y cultural que es necesaria para terminar con la exclusión en ámbitos familiares, educativos, sanitarios o laborales, requieren de una alianza y un compromiso de la sociedad civil y las organizaciones que la habitan. Los espacios empleadores, sea cual fuera su sector, tienen la posibilidad de promover las transformaciones necesarias.
La persistencia de las barreras es notoria, y hasta indignante, para personas travestis-trans. En Argentina, menos del 15% de esta población tiene acceso a empleo formal, y sus cifras de desocupación duplican a las de personas cis. Lejos de ser un caso aislado, esto se repite en distintos países de la región: la cifra es del 23% en Uruguay, y del 5% en El Salvador, por dar algunos ejemplos*.
Revertir esta situación implica asumir el desafío de abordar integralmente una agenda de trabajo con diversidad de aristas. Es por estas razones que desde Grow-género y trabajo diseñamos el programa “¿Quién puso este armario en mi oficina?”, que busca poner sobre la mesa la pregunta más incómoda que se nos podía ocurrir: ¿Qué lugar ocupan los espacios de trabajo para que una persona pueda vivir su deseo, orientación, expresión o identidad de género en plena libertad? Esta pregunta resulta fundamental porque, al final de la cuenta, termina expresando los costos económicos que implica ser parte de la diversidad sexual.
Además de este nuevo programa, desde hace años, acompañamos las transformaciones que atraviesan las organizaciones desde espacios de capacitación específicos: dos espacios de sensibilización profunda, para todo público, que cuestionan las prácticas vergonzantes y proponen una diversidad de estrategias para abrir las puertas a la diversidad, una iniciación que reflexiona sobre las representaciones mediáticas que luego atraviesan nuestras formas de pensarnos en el trabajo,, y dispositivos específicos para áreas clave como líderes, recursos humanos o bien grupos de afinidad que trabajen la agenda de género y diversidad.
Estos espacios formativos pueden estar acompañados con otros dispositivos que hacen al diagnóstico, que permita a las organizaciones conocerse en profundidad, para dar con las barreras materiales y simbólicas. Y una propuesta de articulación en red cuyo componente principal está vinculado a la inserción laboral travesti trans, como el desafío más grande que aborda la diversidad en esta década.
El desafío para los espacios laborales
El armario es el lugar para escondernos cuando la sociedad a través de insultos, chistes, normativas o costumbres, marcan el límite de lo deseable o esperable. Nos dicen: nadie quiere un hijo o hija o hije de la diversidad, pero tampoco nadie quiere un empleado, una compañera, o un líder de estos colectivos.
Nuestras propuestas, que buscan concientizar sobre las distintas “puertas de entrada” de la diversidad, invitan a los espacios laborales a trabajar planificadamente en la inclusión, reflexionando y generando la política institucional acorde, que contemple desde el reconocimiento identitario a la diversidad de familias, como también incorporando en sus programas y acciones, repensando públicos, identidades de marca, comunicación y otros aspectos de las acciones de las organizaciones.
Lejos de decidir una orientación sexual o identidad de género, lo que nos queda es decidir sobre cómo transitamos las mismas. En este sentido, los espacios laborales pueden acompañar procesos de liberación, derribando los armarios desde afuera, o ser un obstáculo más.
*Fuente: CIDH (2020) Informe sobre Personas Trans y de Género Diverso y sus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.