Banderas que importan. Fútbol, censuras y tarjetas rojas
Reflexiones DIVERSAS
Por Cristian Treves
Resuelto el conflicto de la FIFA por el permiso de ingreso de banderas LGBTIQA+ a los estadios de fútbol, una nueva polémica sacudió las reglas del juego: el jefe de seguridad del Mundial de Qatar 2022 advirtió que se confiscarían las banderas del colectivo que fueran desplegadas durante los partidos.
El motivo: una medida de prevención frente a los actos de agresión que podrían darse en el marco de la cultura del país organizador.
En este contexto personas del colectivo LGBTIQA+ quedan excluidas, re victimizadas y puestas, nuevamente, en lugares de sospecha a partir de esta arbitrariedad (dado que si se da una situación de violencia, la culpabilidad pasará al colectivo, por provocarlo)
La pregunta que nos queda por hacer es: ¿Qué rol juega la Argentina y el resto de los países que tienen leyes igualitarias frente a estas posturas sesgadas?
Línea de largada
Estamos ante un nuevo mundial de fútbol masculino y una oleada de nacionalismo selectivo y hacia la selección. La masculinidad se empodera, el machismo brota por las venas argentinas y la “argentinidad al palo” se despierta en millones de corazones. Mientras eso se gesta, ante los ojos de la hinchada popular, un nuevo fenómeno emerge: la censura de la bandera del colectivo LGBTIQA+ y de todas las personas que pertenecen a él.
Primer tiempo
Vale la pena recordar que el nacionalismo es una construcción humana, por lo tanto sociocultural, en donde se depositaron sueños, ambiciones, ideas, pasiones, ideales y amores entre un par de ríos, montañas y océanos. Vale la pena recordar, tambien, que la bandera argentina fue usada para unificar y, al mismo tiempo, para sacrificar personas: desde las luchas por separarnos de los ajenos europeos hasta la lucha por separarnos de los pueblos nuestros del sur (véase: genocidio del Desierto).
Segundo tiempo
Al ritmo de los bombos y platillos por las batallas futbolísticas ganadas en la historia, se crearon nuevas banderas que abrazaron a quienes “la cultura masiva” dejaba afuera. El movimiento LGBTIQA+ también forjó su símbolo entre la pandemia del VIH, asesinatos, violaciones; agresiones, y exclusiones de todo tipo. La diferencia es que la insignia representaba únicamente a quienes sufrieron los atropellos. Algo que por suerte en nuestro país pudimos ir incluyendo como propio y nos posicionamos a nivel mundial para dar pelea: Matrimonio Igualitario, Ley de Educación Sexual Integral, Ley de Identidad de Género, DNI no binario… y todo lo que nos falta.
Tarjeta roja
Pero el nuevo mundial viene a poner en cuestión todo. La cultura que envuelve la gestación de este espectáculo patea las conquistas que muchos de los países vienen logrando. Sabemos del impacto del fútbol en la reproducción de mensajes homofóbicos, machistas y sexistas, por eso dejar abierta esa puerta (legitimada por toda una organización) es aún más peligroso. Detrás de la prohibición de la bandera, están quienes mueren a corta edad, quienes son expulsadxs de sus familias, quienes sufren el acoso y la humillación y, quizás, muchos de los jugadores que pisarán la cancha y viven sus relaciones sexo-afectivas en la clandestinidad.
¿Fin del partido?
No queremos un fútbol para pocos, ni una sociedad para algunos. Pero, por sobre todo, no queremos seguir reproduciendo el odio. El mismo sorteo del mundial estuvo cargado de un débil “sentido de justicia y diversidad”, pero… ¿a qué justicia y diversidad se refieren? ¿Al final de una guerra y una diversidad étnica o al final del odio hacia todo lo diferente y un llamado de inclusión para todas las identidades posibles?
Es preocupante lo que se viene y es un llamado de atención para quienes cada día aportamos a una sociedad más diversa, equitativa e inclusiva.
La bandera LGBTIQA+ es también la bandera de aquellos países que reconocen los derechos que la comunidad requiere que se cuiden.
Si hay mundial, que se le eleven las banderas de todos los colores o que no se eleve ninguna.