Por Carolina Villanueva y Camila Blanc
Cada año, en el mes de mayo, muchos países de América Latina y del mundo celebran el día de las madres. Sin embargo, la maternidad como principal mandato viene siendo cuestionada desde hace tiempo. Ser madre ya no es un destino obligatorio para las mujeres sino una elección de vida. A su vez, aquellas que optan por serlo, progresivamente lo hacen a una edad más avanzada y en menor cantidad.
La creciente preocupación de los Estados por la caída de la tasa de fertilidad presenta una oportunidad para abrir un debate más profundo sobre el tema. En esta publicación, desde Grow – género y trabajo nos preguntamos qué puentes se pueden tender entre los cambios demográficos, la doble jornada de trabajo de las mujeres y el rol de Estados y empresas en la corresponsabilidad de cuidados.
Datos. Cambios demográficos vinculados a la maternidad
Las mujeres tienen menos hijos. A partir de la revolución de los métodos anticonceptivos, la tasa global de fecundidad (es decir, el promedio de hijos por mujer) tuvo una caída contundente. Según datos de la CEPAL (2024), en América Latina y el Caribe en un lapso de treinta años se redujo a la mitad, pasando de 5,9 hijos por mujer en 1965, a 3 hijos por mujer en 1995.
En el nuevo milenio, el descenso se desaceleró pero nunca se detuvo. Para el año 2015 perforó el nivel de reemplazo poblacional (2,1) y diez años después se encuentra en 1,8 hijos por mujer. Si bien la tendencia se sostiene en toda la región, existen diferencias entre los diferentes países. Desde la segunda mitad de la década de 2010, se destaca especialmente la caída de la fecundidad en Chile (que en 2024 es de 1,1), Costa Rica (1,3), Uruguay (1,4) y Argentina (1,5). Sin embargo, otros países de la región sostienen tasas de fecundidad por encima del valor de reemplazo, tales como Paraguay (2,4), Honduras (2,3), Guatemala (2,3) y Nicaragua (2,2).
Las mujeres tienen hijos a una edad más avanzada. La edad en que la mayor proporción de mujeres tienen hijos/as pasó de 21 años en 2000 a 24 años en 2024, al tiempo que se proyecta que en 2050 llegará a los 28 años. En cuanto a la edad promedio en que las mujeres tienen su primer/a hijo/a, si en el año 2000 era de 26,9 años, en 2024 es de 27,6 y se estima que llegará a cerca de los 29 años en 2025.
Los cambios en la tasa global de fecundidad están vinculados, fundamentalmente, a la baja en la fecundidad de las mujeres más jóvenes (de 15 a 24 años). Esto se debe a cambios culturales pero también al impacto de políticas públicas focalizadas en la disminución del embarazo adolescente, tales como el Plan ENIA en Argentina, la ENIPENA en Uruguay o estrategias regionales impulsadas por organismos como UNFPA. Esta disminución del embarazo en las jóvenes es sin duda una señal de progreso.
¿Qué hay detrás de los datos?
Acceso a educación y mercado laboral. Las mujeres están más educadas que los hombres y progresivamente se insertan más en el mercado laboral. Sin embargo, las desigualdades se sostienen: ganan menos dinero, acceden menos a posiciones de liderazgo y están insertas en actividades peor remuneradas.
Es que, si bien el trabajo en el mercado se distribuye más equitativamente, el trabajo de cuidados no remunerado sigue estando desproporcionadamente en las espaldas de las mujeres. Cuando hay hijos/hijas, la sobrecarga empeora. Por esto también las organizaciones siguen considerando a la maternidad como una desventaja. Indirectamente, la maternidad termina siendo penalizada, muchas mujeres son menos consideradas para promociones, proyectos importantes o roles de liderazgo tras ser madres -o por estar “en edad de serlo”-, bajo el supuesto de que estarán menos comprometidas o disponibles. Esto es lo que se conoce como “maternity tax” o impuesto a la maternidad. Además, a mayor cantidad de hijos/hijas, muchas mujeres dedican menos horas o directamente abandonan el mercado de trabajo remunerado. En los hombres ocurre el efecto inverso, fenómeno conocido como fatherhood bonus.
Estos fenómenos no se dan de manera aislada ni son producto de sesgos individuales de algunos líderes u organizaciones, sino que forman parte de un problema estructural. Son consecuencia de:
- Un mercado laboral que no está pensado para compatibilizar el trabajo y la crianza, lo que perpetúa las desigualdades de género.
- Un estado que no invierte en servicios ni infraestructura del cuidado (guarderías, espacios de cuidado los adultos mayores, servicios especializados para personas con discapacidad)
- Una sociedad que no se replantea profundamente el rol de los hombres en el cuidado
Por estos motivos, muchas mujeres deciden no ser madres o postergar la maternidad hasta tanto se sienten afianzadas en sus puestos de trabajo y consideren que su trayectoria laboral se verá menos afectada por el hecho de ser madres.
Cambios en los proyectos de vida, inseguridad económica. La maternidad ya no es obligatoria, las mujeres se permiten imaginar otras vidas posibles más allá de tener hijos/hijas. A la vez, muchas parejas esperan a estar mejor afianzadas económicamente antes de traer una persona al mundo, por el costo que esto tiene. Cuando deciden hacerlo, prefieren tener menos cantidad con el objetivo de darles una mejor calidad de vida.
Que ser madre sea un plan más atractivo para las mujeres
Dentro del diamante de cuidados, el peso del cuidado recae desproporcionadamente en los hogares, y dentro de los hogares, en las mujeres. Para que ser madre sea un plan más deseable, tiene que dejar de implicar tantas desventajas para las mujeres (económicas, sociales, educativas, laborales). Para ello, todos los actores que forman parte del diamante de cuidados tienen que asumir una mayor responsabilidad, a fin de que el mismo se reparta más equitativamente.
Desde las organizaciones empleadoras: revisar los procesos que pueden estar penalizando la maternidad (diferencia entre licencias de maternidad y paternidad, licencias parentales, revisar la forma en que se evalúa el desempeño ante licencias largas), sensibilizar y promover la corresponsabilidad de cuidados, promover un clima laboral que fomente un sano equilibrio entre la vida personal y laboral (tales como respetar los horarios formales de trabajo, no poner reuniones después de determinado horario, respetar el derecho a desconexión).
Dentro de los hogares: se requiere un reparto más equitativo entre hombres y mujeres. Para que ello sea posible se necesita trabajar desde un enfoque de masculinidades, donde los hombres comprendan lo esencial de su rol en la co-crianza y el sostenimiento de todos los cuidados.
Desde el Estado: con políticas integrales de cuidado. Esto requiere una inversión sostenida en servicios públicos de calidad, desde guarderías a centros de atención a personas mayores. Para ello se deben construir nuevos espacios y capacitar a quienes brindan los servicios mientras se promueve y reconoce su trabajo. Se deben extender y ampliar las licencias para cuidar a lo largo de la vida e incluir a monotributistas y autónomos.
Desde la comunidad: uno de los productores y guionistas de la serie Adolescence dijo en una entrevista que algo que lo inspiró a hacer la serie fue recordar aquel proverbio africano que dice que “se necesita un pueblo para criar a un niño”. Este proverbio refleja la idea de que la responsabilidad en la crianza es compartida por toda la comunidad y tiene un papel crucial en el bienestar y desarrollo de los niños y niñas.
Desde Grow- género y trabajo entendemos que el mayor desafío que enfrentan las sociedades frente a la caída de la tasa de fertilidad es el cuidado. Sin un mayor entendimiento de las necesidades de las familias, pero sobre todo de las madres, será difícil encontrar una solución sostenible.
Fuente: todos los datos sobre la dinámica de la evolución de la Tasa de Fecundidad fueron extraídos del siguiente informe:
CEPAL (2024) – Observatorio Demográfico de América Latina y el Caribe 2024. Perspectivas poblacionales y cambios demográficos acelerados en el primer cuarto del siglo XXI en América Latina y el Caribe