*Por Sofía Véliz. Cada 23 de septiembre se recuerda la conquista del voto femenino en la Argentina en 1947 con la sanción de la Ley 13.010. Una ley que, como siempre que se trata de derechos de las mujeres, fue fruto de décadas de activismo y organización. Fue el resultado de un recorrido de lucha sostenida por referentas muchas veces olvidadas que marcaron nuestra historia: Julieta Lanteri, Alicia Moreau de Justo, Sara Justo, Cecilia Grierson o Elvira Rawson, y por supuesto finalmente dando el impulso final a la sanción de la ley, Eva Perón que entre tantas otras desafiaron prejuicios, violencias y exclusiones.
Hoy esta fecha no se refiere solo al voto, sino a un camino de conquistas que amplió nuestra ciudadanía: la paridad política, la tipificación de la violencia política en la ley 26.485, la legalización del aborto en 2020, que aunque no se considere estrictamente un derecho político, asegura la soberanía sobre el cuerpo y la posibilidad de elegir un proyecto de vida y que fue fruto de un activismo sin precedentes, por tanto hijo también de ese derecho a participar de la política.
Pero cabe preguntarnos sobre la política y las mujeres hoy: ¿participamos tan poco de la política, como suele repetirse, o lo que no logramos aún es quebrar los techos de cristal de la política institucionalizada? Los números de la política formal son desalentadores: hoy no hay ninguna gobernadora mujer y en toda la historia solo siete lo fueron; en el gabinete nacional apenas dos ministerios están encabezados por mujeres (tema aparte si lo hacen representándolas), y en el Congreso los varones siguen siendo mayoría aún con la paridad vigente.
Si miramos más allá de esas cifras, la foto cambia. La política también se construye en los barrios, en las escuelas y cooperadoras, en clubes y comedores, en las asambleas comunitarias, en las redes de mujeres que se defienden del machismo y sostienen a sus vecinas frente a las violencias. Se hace en las organizaciones que luchan por derechos humanos, donde referentes como las Abuelas de Plaza de Mayo nos enseñaron que la búsqueda de justicia es también un quehacer político. Mujeres hay, y muchas. Están sosteniendo, organizando, creando comunidad, construyendo democracia desde abajo. ¿Por qué entonces esa potencia no se traduce con la misma fuerza en la política institucional?
Una respuesta clave está en el tiempo. La participación política exige tiempo, y en nuestra sociedad es un recurso desigualmente distribuido. Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo del INDEC, las mujeres dedican en promedio más de seis horas diarias al cuidado no remunerado, el doble que los varones. Esa carga se incrementa con la presencia de hijos/as: cada hijo suma alrededor de una hora extra al trabajo de cuidado femenino. A esto se agrega que en el 36% de los hogares la jefa de familia es mujer, y en los hogares monomarentales (los más empobrecidos) más de 8 de cada 10 tienen como cabeza a una mujer. ¿Qué margen queda entonces para reuniones, plenarios o campañas, cuando el día se consume en sostener la vida cotidiana?
Tal vez lo viviste: ¿elegir entre ir a una reunión política o acompañar a tu hija o hijo a la escuela? ¿Dejar a alguien al cuidado de otra para poder militar? Y si lo lograste, ¿te encontraste con un espacio abierto y seguro o con un ámbito hostil, de horarios imposibles y dinámicas masculinizadas? El 98% de las legisladoras encuestadas por ELA en 2018 admitió haber sufrido discriminación en el ámbito político; las violencias psicológicas y simbólicas fueron las más frecuentes. Si sos varón, ¿cuántas mujeres se sientan en las reuniones de las que participás? ¿Cuántas decisiones se definen en el “fútbol” con los compañeros? Y en la política sindical, ¿cuántas veces se discute en serio sobre corresponsabilidad, licencias igualitarias o protocolos contra el acoso?
El sector privado, por su parte, también tiene un rol en este desafío. Las empresas forman parte de las comunidades en las que habitan y las mujeres que trabajan en ellas son también ciudadanas que participan de esas comunidades y de la democracia. Por eso, desde Grow – género y trabajo acompañamos a las organizaciones que quieren incidir en la corresponsabilidad, redistribuir mejor el tiempo y ser parte de esta historia de la participación política de las mujeres en sus territorios y espacios de vida.
A pesar de todos los obstáculos, la política de las mujeres existe, resiste y se expande. En la última década, las jóvenes y adolescentes protagonizaron una ola feminista que renovó la democracia argentina. Desde el “Ni Una Menos” hasta la marea verde, se instalaron debates profundos, se conquistaron derechos y se generó una masa crítica que cambió la manera de pensar lo público. Fue la demostración de que cuando las mujeres participan, la democracia gana vitalidad y legitimidad.
Hoy enfrentamos un contexto adverso: violencias simbólicas, discursos de odio, recortes presupuestarios y el avance de derechas que señalan al feminismo como enemigo. La participación política de las mujeres, en especial desde una perspectiva feminista, obliga a discutir lo que muchos prefieren mantener oculto: la redistribución de recursos, del tiempo, del poder.
La historia demuestra que como dice la canción “cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede. Crece la organización”. Sí, hay resistencias y retrocesos. Pero las evidencias son claras: sin nosotras no hay democracia plena.



